Hace ya 3 años y 7 meses del
parto de mi Peque, pero si me relajo y hago memoria, soy capaz de revivir cada
momento…
Andaba yo embarazada de 40
semanas y 6 días, y era 5 de enero. Aquí el protocolo habitual es que si todo
va bien y aún no te has puesto de parto, te vean en monitores del hospital a
las 41 semanas. Las 41 semanas las hacía el día 6, festivo, y fue por eso que
me adelantaron la cita un día.
Aquella noche había tenido
contracciones, pero muy poquita cosa. Tan poca sería, que estando en los
monitores tuve alguna del mismo nivel, y sin embargo, no se registraban. Al
salir, decepcionada porque parecía que lo que yo creía que era una contracción
no lo era (primeriza que era yo… ahora sé que ser, lo eran, pero de poca
intensidad), me exploraron y me hicieron una ecografía. La exploración dijo que
tenía el cuello borrado y empezaba a dilatar (¡bien!) y la ecografía, que mi
Peque estaba muy bien de peso y muy corto de líquido amniótico, así que el
médico decidió que ingresaba para inducción.
Recuerdo que me quedé paralizada,
y que lo primero que hice fue ponerme a llorar como una magdalena. No me lo
podía creer… ¿Ya ese día? ¿El día de la cabalgata de Reyes? ¿Así de pronto? En
fin… que estaba claro que en cualquier momento iba a llegar, pero me pilló
totalmente desprevenida.
Para mi fortuna mi ginecóloga
estaba aquel día de guardia y fue ella la que se encargo de arrancar el parto
rompiéndome la bolsa. Eran entonces las 14:30 y resultó que líquido tenía en
cantidad, pero había meconio, así que igualmente vino “bien” la inducción.
Los Reyes Magos también andaban por allí |
En seguida las contracciones
comenzaron a ser más intensas y frecuentes, y a las 17:25, con poco más de 3 cm
de dilatación, me pusieron la (bendita) epidural. Lo mío fue un parto de
riñones, y recuerdo que justo antes de avisarme para que fuera a la sala donde
estaba el anestesista, vomité lo poco que había ingerido aquella mañana. El
pasillo entre mi habitación y la sala donde me esperaba el anestesista se me
hacía infinito… Hasta 3 veces tuve que pararme porque me asaltaba una
contracción. Una vez allí, el hombre fue todo lo rápido que pudo, y en cuestión
de pocos minutos, ya me estaba haciendo efecto.
He de decir que aquella anestesia
me sentó genial. No me dolió que me la pusiera, y me dejó la sensibilidad justa
para notar las contracciones. ¿Lo malo? El parto se frenó un poco y a las 19:30
decidieron “animar” la cosa poniéndome oxitocina.
A esa hora había ya un ambientazo
en los pasillos de dilatación del hospital considerable… Se escuchaban
villancicos, y los Reyes Magos andaban dando regalos. Justo cuando llegaron a
la puerta de mi habitación, sobre las 21:30, andaba yo ya en dilatación
completa y empujando para que bajara mi Peque. Le pedí a mi madre que le dijera
a Sus Majestades que no entraran, pero no se fueron sin dejarme mi regalito ;-)
Cuando llegamos a paritorios todo
fue muy rápido, aunque ahí llegó lo que fue lo peor de mi primer parto. Y es
que una vez en el potro, como me notaba las contracciones, la matrona se limitó
a decir: “Cada vez que te notes una contracción, empuja con todas tus fuerzas”,
y se fue al otro extremo del paritorio, de espaldas a mí, creo recordar que a
hacer algún tipo de papeleo… Y allí me dejó. Recuerdo a mi marido preguntarle
si debía ser así siempre, acordándose de aquello de los pujos guiados que nos
explicaron en las clases de preparación al parto, y ella repitió que sí…
¿Resultado? A las 22:00 mi Peque salió tras unos pocos empujones, con sus 3,950
gramos, pero yo acabé con un tremendo desgarro de tercer grado.
El Peque estaba estupendamente y
en seguida me lo pusieron encima, iniciándose nuestra lactancia, pero mi
recuperación del desgarro fue bastante dura… En ese sentido me quedé con muy
mal sabor de boca, y me dije a mí misma que no volvería a repetir un parto
allí, y sin embargo, allí que me fui también para mi segundo parto, aunque eso
ya será en otra entrada :-)